El 27 de marzo, el veleidoso río Piura, que parecía dormir, se desbordó en varios puntos de la Región, causando desolación y desastre. Pero, también hizo aflorar lo mejor de las personas e instituciones.
Por Elena Belletich Ruiz. 27 abril, 2017.Recordar las inundaciones y la tragedia vivida por muchas personas debe impelernos a buscar la forma de que los daños sufridos no vuelvan a ocurrir. Con vigilancia, fiscalización y un sólido sentido de la verdad, el bien y la justicia, será posible.
Los damnificados aún sufren las consecuencias y costará trabajo levantarse; pero, si el espíritu solidario, el sacrificio y tesón demostrados por las personas en este mes, no cesan, todo será más rápido.
Lo que el río Piura no se llevó
A continuación, transcribimos esta crónica del periodista Ralph Zapata, egresado de la Facultad de Comunicación de la Universidad de Piura y corresponsal del diario El Comercio, quien, junto a varios de los egresados de la UDEP y trabajadores, de distintas carreras y desde diversos frentes, como con la campaña Todos Somos Piura, mostraron su solidaridad (aún lo hacen) y llevaron esperanza a las poblaciones afectadas.
“El domingo 26 de marzo un grupo de vecinos de Cura Mori se aglomeró a la entrada del pueblo y les dijo a los soldados del ejército que no abandonarían sus casas. Que el río Piura no se iba a salir. Que eso nunca había ocurrido. “Y ni ocurrirá”, le oí decir a una joven mujer que cargaba en brazos a su bebé. Había llegado hasta allí en mi motocicleta, después de visitar Simbilá, en Catacaos, donde más de cien familias habían dejado su hogar para refugiarse en las partes altas.
Pero, en Cura Mori la gente era incrédula y se resistía a dejar sus pertenencias de un día para otro. Horas antes, al mediodía, un audio grabado por la jefa de imagen del Gobierno Regional de Piura, Elvira Carhuapoma, inundaba las redes sociales, alertando sobre una catástrofe. Animaba a la población del Bajo Piura a buscar refugio en zonas seguras.
Una hora más tarde, fui hasta la Quinta Julia, donde un grupo de pobladores observaba cómo el río salía de su cauce y resbalaba por los sacos apilados en la víspera. Más allá, en el puente San Miguel el agua había comenzado a salir por encima de los muros de la defensa. La corriente era feroz. Eran las 7 de la mañana.
En la calle Lima, centro de Piura, una señora vendedora de golosinas estaba atrapada, sin poder salir de su vivienda. El agua corría debajo de su puerta. La plaza Tres culturas era una piscina a esa hora. Encontré a dos colegas, con quienes caminamos luego hacia la Plaza de Armas. El agua salía en varias direcciones, y atacaba sin dar tregua. A las 9:00 a. m. salí de allí, y fui en busca de mi motocicleta. Estaba tapada de agua. La arrastré como pude. En el trayecto perdí mi casco.
Manejé hasta el Cuarto Puente (el Cáceres), donde el agua pasaba por encima del viaducto. Las calles aledañas estaban inundadas, los puentes cerrados, no había pase entre Piura y Castilla, y la gente comenzaba a desesperarse. Dos horas más tarde regresé –por instinto– al centro de Piura, y el agua alcanzaba 1,50 metros.
Tomé muchas fotos, pero recuerdo una especial, que fue portada de El Comercio al día siguiente: era una cadena de gente, manteniendo el orden en medio del desorden. Suena irónico: pero había un policía salvando sus dos armas, un perro, un conejo en su jaula, unas señoras y jóvenes agarrándose de la mano, y otra mano extendida que salía del encuadre.
A esa hora ya no había luz en todo el centro de Piura, ni en La Legua, donde vivo. Al llegar a casa le conté a mi mamá lo que había visto. Ella me dijo que la situación estaba fea en el Bajo Piura. Me di un duchazo, me cambié de ropa y marché hacia Catacaos. Dejé mi motocicleta, otra vez, cerca de un local abandonado, junto a otros vehículos. Llamé a Cinthia, mi novia, que estaba cubriendo esa zona, y me dijo que el agua subía rápidamente. Eran las 2:00 p. m.
Media hora después, la voz de Cinthia cambió y me dijo que estaba atrapada en la plaza, rodeada de agua y sin poder salir. En la pista vi unos carros verdes del ejército y le dije a uno de los soldados que había gente atrapada en la Plaza de Catacaos. Me dijo que no tenía autorización para moverse de allí. Llamé desesperado a varios contactos, hasta que media hora más tarde llegó el general Carlos Escudero, jefe del Ejército en Piura. Traía tres botes zodiac y personal de salvamento acuático.
Le conté la situación, y pedí entrar con ellos. El general aceptó. Mucha gente se acercó a decirle que sus familiares estaban atrapados, que había que entrar con los botes aquí y allá. Llamé a mi novia para informarle que iría por ella en un zodiac. Después de rescatar a la pequeña Iana, en una batea, y a su familia, le dije al general Escudero que vayamos por Cinthia. Me pidió esperar. Hice tres viajes más, y me despedí, porque supe que ellos se quedarían allí.
Fueron momentos trágicos, dramáticos, que quizás hasta ahora no asimilo. No sé por qué no lloré ese día. Al anochecer, luego de que mi novia saliera sana y salva, caminé hasta donde había dejado mi moto. Muy cerca de allí me encontré con un colega periodista, al que abracé para no llorar. Yo salía y él recién entraba. En ese abrazo, quizás, solté toda la impotencia padecida en cinco interminables y brutales horas, metido en el agua.
Llegué a casa, vi los noticieros que reproducían mi voz en el rescate de la pequeña Iana, y hasta mis hermanos dudaron que fuera yo el autor de tan viralizado video. Esa noche no pude dormir, pese a que estaba exhausto por la víspera y la adrenalínica jornada. Me levanté a las 6 y fui a la tienda a comprar víveres para llevarle a los damnificados de Catacaos. Allí me encontré con el general Escudero. Nos dimos un fuerte abrazo y, sin perder tiempo, avanzamos a Pedregal Grande.
A las 8, un éxodo humano salía desde el fondo de sus casas, y cruzaba el río que se había apoderado de las calles de ese pueblo de Catacaos. Me lancé al agua, transmití en vivo desde la página de El Comercio y sin dudarlo paré la transmisión y dije: Señores, aquí corto la transmisión, discúlpenme pero no puedo. Voy a meterme a ayudar y rescatar gente. Mi celular se cayó al agua también. Junto a José Miguel Hidalgo (reportero de Cuarto Poder) cargamos a una ancianita hasta la pista. La cargué con el cuerpo adolorido y los brazos acalambrados, imaginando a mi abuela.
Seguimos hasta una loma de Molino Azul, donde la gente se lanzaba desesperada a los botes. Grabé varios testimonios que luego han visto algunos protagonistas y se han echado a llorar. En ese trabajo estaba, cuando me recosté sobre una silla y casi automáticamente me quebré. Solté todo lo que tenía empozado en el alma. Una señora me miraba desde el otro lado. Se acercó, me abrazó y me dijo que era un valiente, y me dio las gracias. Sequé mis lágrimas y seguí trabajando.
Unos días después, mi novia me pasó unos whatsapp que ella envió ese lunes trágico al chat grupal donde también participa la jefa de imagen del gobierno regional. Desde el mediodía, Cinthia estuvo pidiendo ayuda para Catacaos y el Bajo Piura. Pero el apoyo nunca llegó; tampoco las autoridades. Solo vi al general Escudero, fajándose con sus muchachos.
A un mes del desborde, ya sabemos que el río se llevó muchas cosas, pero no la esperanza y solidaridad de un pueblo que surgió en medio de la desgracia. Una lección que ya inmortalizamos, porque la hemos superado con fortaleza y valentía”.